11 de marzo de 2020

La generación de los niños sin jugar




Hace unas semanas estuve en el cumpleaños de una amiga de mi hija. Era un típico cumpleaños en un parque de bolas. Fue divertido para los peques, no paraban de saltar, de tirarse por el tobogán y por su puesto, se disfrazaron. La fiesta culminó con el momento de la entrega de los regalos. Mientras el publico gritaba “que lo abra”, la cumpleañera abrumada de tanto regalo, iba abriendolos uno a uno. Me puse a pensar, cuánto tiempo va a jugar la niña con cada uno de estos juguetes antes de que acaben en el fondo de la caja de los juguetes abandonados. Y en este instante me acordé de un artículo que había leído hace poco en un blog estonio que sigo y me gusta bastante. El autor es un chico joven y carismático, el papá de tres princesas. Su estilo es muy ameno y con humor, con muchas fotografías para ilustrar lo que cuenta. De repente se me ocurrió que mi deber es traducir este artículo para que todos vosotros podáis leerlo. Con el permiso del papá Piltsberg, voy a ofrecerte parte de este post en castellano. Mira también el post original, para ver todas las fotos tan monas que tiene ;)

Se puede decir que yo en la vida soy bastante tolerante. Hay muy pocas cosas que no soporto. De hecho, solo se me ocurren dos cosas que me sientan mal. Son la gente hipócrita y los niños sin jugar. Con la gente hipócrita es fácil, nada más darme cuenta que la persona presenta signos de serlo, dejo de tratarme con ella. Con los niños sin jugar, es un poco más complicado.
Yo en casa tengo tres hijas pequeñas. La mayor es a veces colaboradora de cinco años, en el medio queda la terrible de tres años y la más pequeña es la “bebé zen”. Me gusta mucho cuidar de ellas e intento que nunca estén sin jugar. Sin embargo, me doy cuenta de la cantidad de niños sin jugar que hay en mi alrededor.
Un día me quedé con mi hija mayor en la guardería a jugar.
(En Estonia los niños van a la guardería hasta los 7 años.)
Me llamó la atención un niño que aporreaba con un pieza grande de lego la cabeza del osito de peluche, esto lo hacía bastante intensivamente. Suponía que al peluche no le interesaba mucho la actividad. Me parecía un juego un poco raro, pensando en la seguridad del osito. Pensé preguntar al chico que tipo de juegos son populares entre los niños de hoy, a parte de porrear con las piezas de lego.
Me acerqué al niño y le pregunté con cautela cual era su juego favorito. Enseguida se le iluminaron los ojos. Sin tener que pensar mucho, salió la contestación, que por su puesto el Xbox. Pareció una respuesta de los más lógico. Yo también de pequeño era un fan de las consolas.
Le pregunté, –¿y en el segundo lugar, que juego sería?
Tampoco tardó mucho en responderme.
Playstation es en el segundo lugar.
Yo le dije –¡Ah sí, Playstation, muy bien! ¿Y qué tienes en el tercer lugar?
Entonces ya el niño sí que necesitaba una pausa para pensar.
Después de darle vueltas a su cabeza y al osito de peluche, salió la respuesta, que en el móvil de papá también hay algunos juegos bastante normales. A nuestra conversación se habían unido más chicos que asintieron con la cabeza y afirmaban que para ellos también los juegos del móvil están en el top 3, entre los juegos del ordenador y los videoconsolas. Yo quise saber que si con los juguetes de verdad ya no se juega.
Cuando voy con mis hijas al centro comercial, he notado esta sensación de que un imán invisible empieza a atraer los pequeños cuerpos hacía él. Este imán es la tienda de juguetes llena de tentaciones y estas tiendas nunca están vacías. Entonces parece que a parte de consolas y ordenadores, los niños aún juegan con los juguetes.
Entonces seguí indagando, qué juego estaría en el cuarto lugar. Todo el grupo de chinorris se quedó pensando. Frunciendo el ceño y tirando de la oreja del osito, intentó el principal entrevistado recordar de algún otro juego molón. Me podía imaginar cómo los pokemons, Super Marios con los innumerables juegos de disparar pasaron por delante de sus ojos. Después de una pausa bastante larga de pensar se le encendió la bombilla. En la cara del joven apareció una sonrisa y los ojos se volvieron a iluminar como antes. En el cuarto lugar se colocaron los Legos.
¡Yess, habíamos llegado a los juguetes de verdad! Se unieron los demás chicos con el murmullo de reconocimiento, afirmando que los Legos son verdaderamente “in”.
En este momento yo pudiera haber afirmado con alivio que en la tienda de juguetes la estantería de Legos no desaparecería a corto plazo, pero me había surgido una pregunta más profunda que añoraba una respuesta.
Me acordé durante la conversación que cuando yo tenía cinco años, tuve un buen puñado de juguetes, no demasiados, pero me llegaba para jugar distintos juegos. Mi madre dijo que sin embargo en su infancia había un par de juguetes por cada niño y que ellos usaron todo tipo de cosas de su entorno para jugar.
Ésto me animó también a mí a jugar de esta manera. De modo que cuando había que jugar a la granja, las piñas de los pinos se convirtieron en un gran rebaño de vacas. La tapa de un viejo barril era el timón de un gran barco. El barco era por su puesto el granero, dónde se guarda la leña. Con éste barco navegué todos los mares desde el trópico hasta el ártico. Del viejo radiocasete que encontré en la azotea, hice el cuadro de mandos de mi avión. Se podía pulsar botones y girar ruedas para que el avión no se estrelle. No tenía ni ordenador ni videojuegos, en la tele se podía ver programación infantil solo una hora al día, así que si necesitabas entretenimiento, te lo tenías ingeniar tú mismo.
Tenía muchas ganas de saber si mis interlocutores de cinco años también usaban su imaginación al igual que hacía yo a su edad. Así que les planté la siguiente pregunta: que si ellos también usan los juguetes imaginarios.
En todas las caras apareció un gesto de confusión. Algún amiguete tuvo que meter el dedo hasta el codo en la nariz para intentar sacar de ahí un hilo de pensamiento y luego meterlo en la boca. Pero a parte de masticarlo, no dio ningún otro resultado. Pensé que igual no han pillado muy bien lo que les quise preguntar, así que cogí una pequeña silla y les dije,
Veis, esta silla puede ser un juguete de fantasía.
El niño con el osito hizo una pedorreta y me miró con cara compasiva, como si fuera un vejete senil y dijo:
Hombre, ésta es una silla normal y corriente y no un juguete. Yo no quise tirar la toalla y afirmé que ésta no era ninguna silla, sino el asiento de un coche de carreras. Ahora ya me miraron todos los niños con caras de compasión. Me senté en la silla y pedí que el piloto más atrevido se siente en mi regazo.
Le ordené abrochar el cinturón invisible. O mejor dicho, le ayudé abrocharlo, ya que al principio no lo pilló muy bien cómo hacerlo. Le pusimos al fitipaldi de carreras el casco y encendimos el motor. El coche empezó a temblar un poquito. Los cientos de caballos bajo el capó quisieron impacientemente salir a galopar. Delante de nosotros apareció el semáforo donde empezó la cuenta atrás y cuando el semáforo se puso verde, apretamos el acelerador hasta el fondo. Empezó una carrera de locos con frenazos bruscos, aceleraciones y curvas terribles, el piloto casi se cae del coche, por suerte el cinturón invisible le sujetaba bien. En la meta nos esperaba el público alborotado y cada uno de ellos quería ser el siguiente en andar con el coche. Ahora ya vieron, a parte de mí, también los demás niños el casco, el cinturón, el volante y la carretera con curvas y saltos.
Después el coche se convirtió en aeronave. Más tarde trajimos más sillas y de la composición salió un tren que llevaba pasajeros de Tallín a Tartu. En este tren ofrecían helado de fresa y tenía el techo descapotable para disfrutar de las buenas vistas y la brisa veraniega. Los niños estuvieron jugando con las simples sillas durante horas, perdiendo la noción del tiempo, como si habrían estado sin jugar durante siglos.
Es una paradoja que cuando tenemos algo en abundancia, no lo podemos asumir. Por ejemplo en una gran ciudad por cada 100 habitantes hay más personas solas y añorando el amor que en un pueblo, aunque por metro cuadrado hay muchas más probabilidades de encontrar personas y posibles opciones en una ciudad que en un pueblo. Lo mismo pasa con los niños, la fantasía de nuestros niños se ha quedado atrapado bajo un montonazo de videojuegos, dibujitos y juguetes. Debajo de todo esta montaña se está estirando la pata la pobre fantasía, intentando avisar con su mano temblorosa que quitemos por favor algunas cosas para que no se asfixie.
Hace poco leí un artículo donde se anunciaba que en los países occidentales los niños tienen una media de 150 diferentes juguetes. Cada año reciben unos 50 juguetes más. Esto es demasiado para un niño pequeño. Yo lo sufrí en mi piel.
Cuando nuestra hija mayor fue a la guardería, pudimos organizar la primera vez una fiesta de cumpleaños en el parque infantil. A una fiesta así se puede invitar a todos los compañeros de clase, mas la familia y amigos también. Así hicimos. Como fue la primera vez y eramos papás verdes todavía, no mencionamos en la invitación sobre el deseo del regalo, por esto nos llegó una montaña de regalos. Fuimos a casa con el coche a tope de regalos y la niña tenía la sonrisa de oreja a oreja. En casa la cumpleañera se puso a desenvolver los regalos. En este momento su hermana tenía un año. A esta personita le gustaban más los envoltorios que el relleno que su hermana iba sacando. Por mi tristeza, la mayoría de los juguetes recibieron el tiempo de juego justo lo mismo que costó sacarlos de sus envoltorios, el dinero y la energía que había costado comprar todos estos regalos acabó en un agujero negro. En el mismo año ,en Navidades, se repitió el escenario, la niña sudando bajo una montaña de juguetes. Esta vez eramos más listos y no le dimos todos los juguetes a la vez, así la alegría de abrir juguetes nuevos duró más días. Rápidamente se llenaron las cajas de juguetes y las estanterías. La hija mediana creció y también ella empezó a recibir regalos a punta pala.
Nosotros hemos comprado solo unos poquitos juguetes. A simple vista parecía que se trataba de una infancia de los sueños y aquí hay juego para dar y tomar. Sin embargo, los juegos empezaron a consistir en que las cajas de los juguetes se arrastraron en el medio de la habitación para vaciarlos después. Luego escarbaban un poco en el montón, pero no surgió ningún escenario ni empezó un juego de verdad. La culminación de estos juegos era normalmente la discusión acalorada con mis hijas sobre quién debe meter todos estos trastos en las cajas otra vez. Para su defensa las dos contestaron que ellas no han jugado con estos juguetes. De alguna manera las dos tenían razón, a esto no se podía llamar jugar. Al final me tocaba a mí siempre recoger todo ese desastre.
Un día me cansé de ordenar todo ese lío. Recogí la mayoría de las cosas y las llevé al trastero. Allí las sorteaba en dos montañas, una parte iba directamente a la basura y otra parte a reciclar. Intenté primero que las niñas decidieran con que juguetes se querían quedar. Hasta los juguetes que tenían una gruesa capa de polvo y no habían tenido ni un minuto de tiempo de juego, se convirtieron en cosas con gran valor sentimental para ellas y no se podían hacer desaparecer. Por lo tanto, hice la operación detrás de sus espaldas.
Por mi sorpresa, ninguna de ellas se dio cuenta que los trastos habían desaparecido. Sólo se quedaron cuatro grupos principales; la casa de las muñecas, la cocinita, la caja de los legos y los animales de peluche. En la siguientes semanas las niñas empezaron a pasar más tiempo en su habitación. Los juegos se convirtieron de nuevo en juegos de verdad.
Fui con gusto a comer en su cafetería. Mi combo preferido era la sopa de pelos con el smootie de tortitas. O ayudaba a la familia de ositos a mudarse a su nueva casa de muñecas. Se organizó el teátro de los peluches, donde a primeras nos echaron a mi esposa y a mí, porque no tuvimos las entradas. Por suerte luego nos vendieron las entradas directamente en la primera fila. Mis hijas habían recuperado el juego. Demasiadas cosas les cansaba por lo visto. Su fantasía se liberó bajo toda esta montaña de cosas y se puso de nuevo en marcha.
La cosa se empeora con los juegos de ordenador y de los smartphones. Aún en la abundancia de los juguetes, el niño si encuentra un juguete interesante, él mismo tiene que pensar en el escenario y el entorno. La imaginación, pensando en su futuro y su desarrollo, es de los más necesario. El niño aprende a analizar la conexión entre el hecho y su resultado. Por ejemplo, si en el invierno salgo sin la bufanda, me pongo malo y luego no puedo ir al cine con los amigos. Puedo imaginarme el escenario con diferentes variables. Los juegos de ordenador hacen normalmente todo este trabajo, lo que el cerebro debería de imaginar jugando con los juguetes. En el futuro este niño podrá tener problemas al tomar las decisiones. Seguro que hay juegos de ordenadores que desarrollan el cerebro y les hacen aprender algo o pensar, lo importante es la dosis que consumes.
He visto muchas veces en el tren como las mamás mantienen la pantalla del móvil delante de los ojos de su bebé con el chupete, ella con la mano temblorosa de tanto esfuerzo. El jaleo de “Masha y el oso” se puede oír por todo el vagón. Por lo visto esta actividad es necesario para distraer al niño para que no empiece a chillar. Sin embargo, pronto llega de regalo en forma de la dependencia crónica a las pantallas. Hemos presenciado por nosotros mismos los gritos histéricos de nuestras hijas. Y hemos visto como desaparece al enchufar el dispositivo y como vuelve a aparecer al desenchufar el aparato. Funciona al igual que un ciclo de cualquier sustancia altamente adictiva. Nosotros mismos cometimos hace tiempo ese error de dejar a nuestra hija mayor en los días más ocupadas ver dibujitos de Youtube uno tras otro. Esto terminó de modo que cuando el tiempo de ver los dibujitos había terminado, se cogió un buen berrinche por nuestro comportamiento anormal. -¿¡Cómo vosotros, papás, os atrevéis a quitarme el Youtube?!
Hoy en día controlamos el uso de las pantallas bastante exhaustivamente. Esto funciona bastante bien, ni si quiera nos piden ver dibujitos todos los días, y menos aún se habla de ver el móvil. Ya en el futuro veremos cuando las niñas sean mayores, veremos que estrategias inventar.
Nosotros como padres pensamos que es maravilloso rodear los niños de atracciones y juguetes. Sobre todo cuando de pequeños no pudimos tener todo este nivel. Pero es demasiado para los niños. Con todas estas cosas y actividades estamos criando una generación de niños sin jugar. Enterramos su fantasía y sus ganas de jugar bajo una montaña cosas, quitándoles su derecho primario, que es el jugar.
Como padres hacemos lo que sea para que el niño no diga –me aburro. Pero de hecho, es una frase muy útil. Esta frase marca el límite dónde se vuelve a despertar su creatividad.
Deja que el niño de vez en cuando se aburra. Prueba despejar la habitación de los juguetes dejando sólo los más importantes. Ya verás que pronto se saca de nuevo la olvidada cajita de lápices de colores o se vuelve a construir una torre más alta del mundo con los legos. A la vez, podríais pasar una cuaresma de pantallas por una semana, tanto tú como el niño. Puedes darte cuenta que de pronto tienes más tiempo para leer libros, lo que estuviste esperando ya años. O te encuentras tumbada boca abajo en la alfombra con tu hijo pintando los vestidos rosas de las princesas o montando una torre de legos. De todos modos crearás así más recuerdos que esa pantalla azul puede crear.
En los cumpleaños pide que el regalo lo traigan en un sobre. Con ese dinero podríais pasar un finde con la familia en un Spa o ir a un parque temático. Seguro que esta experiencia da al niño más felicidad que un regalo que tras pasar la alegría de descubrimiento se deja tirado en una caja. Y si habría un juguete que el niño lo añora mucho, deja que se esfuerce para conseguirlo. Haz que lo dibuje, que cuente las mil maneras que va a jugar con este juguete cuando lo tenga, que ahorre dinero haciendo pequeñas tareas. Al terminar, ha aprendido una valiosa lección: el esfuerzo lleva al éxito. Lo más seguro que el niño apreciará este juguete y lo tratará con más cariño y respeto de este modo, al contrario que las cosas que le compras sin más.
Éstos son mis pensamientos y descubrimientos personales que devuelven al niño sus ganas de jugar. Seguro que tú también tienes tus propias experiencias e ideas. No seas egoista y comparte tus experiencias con los demás. Así juntos motivando unos a otros y comentando quizás no tendremos que hablar más de la generación de niños sin jugar.

Espero que os haya gustado el artículo de papá Piltsberg y os haya hecho pensar como a mí. No olvides de compartirlo con tus amigos que les pueda venir bien leer esto.


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