Se
puede decir que yo en la vida soy bastante tolerante. Hay muy pocas
cosas que no soporto. De hecho, solo se me ocurren dos cosas que me
sientan mal. Son la gente hipócrita y los niños sin jugar. Con la
gente hipócrita es fácil, nada más darme cuenta que la persona
presenta signos de serlo, dejo de tratarme con ella. Con los niños
sin jugar, es un poco más complicado.
Yo
en casa tengo tres hijas pequeñas. La mayor es a veces colaboradora
de cinco años, en el medio queda la terrible de tres años y la más
pequeña es la “bebé zen”. Me gusta mucho cuidar de ellas e
intento que nunca estén sin jugar. Sin embargo, me doy cuenta de la
cantidad de niños sin jugar que hay en mi alrededor.
Un
día me quedé con mi hija mayor en la guardería a jugar.
(En
Estonia los niños van a la guardería hasta los 7 años.)
Me
llamó la atención un niño que aporreaba con un pieza grande de
lego la cabeza del osito de peluche, esto lo hacía bastante
intensivamente. Suponía que al peluche no le interesaba mucho la
actividad. Me parecía un juego un poco raro, pensando en la
seguridad del osito. Pensé preguntar al chico que tipo de juegos son
populares entre los niños de hoy, a parte de porrear con las piezas
de lego.
Me
acerqué al niño y le pregunté con cautela cual era su juego
favorito. Enseguida se le iluminaron los ojos. Sin tener que pensar
mucho, salió la contestación, que por su puesto el Xbox. Pareció
una respuesta de los más lógico. Yo también de pequeño era un fan
de las consolas.
Le
pregunté, –¿y en el segundo lugar, que juego sería?
Tampoco
tardó mucho en responderme.
–Playstation
es en el segundo lugar.
Yo
le dije –¡Ah sí, Playstation, muy bien! ¿Y qué tienes en el
tercer lugar?
Entonces
ya el niño sí que necesitaba una pausa para pensar.
Después
de darle vueltas a su cabeza y al osito de peluche, salió la
respuesta, que en el móvil de papá también hay algunos juegos
bastante normales. A nuestra conversación se habían unido más
chicos que asintieron con la cabeza y afirmaban que para ellos
también los juegos del móvil están en el top 3, entre
los juegos del ordenador y los videoconsolas. Yo quise saber
que si con los juguetes de verdad ya no se juega.
Cuando
voy con mis hijas al centro comercial, he notado esta sensación de
que un imán invisible empieza a atraer los pequeños cuerpos hacía
él. Este imán es la tienda de juguetes llena de tentaciones y estas
tiendas nunca están vacías. Entonces parece que a parte de consolas
y ordenadores, los niños aún juegan con los juguetes.
Entonces
seguí indagando, qué juego estaría en el cuarto lugar. Todo el
grupo de chinorris se quedó pensando. Frunciendo el ceño y tirando
de la oreja del osito, intentó el principal entrevistado recordar de
algún otro juego molón. Me podía imaginar cómo los pokemons,
Super Marios con los innumerables juegos de disparar pasaron por
delante de sus ojos. Después
de una pausa bastante larga de pensar se le encendió la bombilla. En
la cara del joven apareció una sonrisa y los ojos se volvieron a
iluminar como antes. En el cuarto lugar se colocaron los Legos.
¡Yess,
habíamos llegado a los juguetes de verdad! Se unieron los demás
chicos con el murmullo de reconocimiento, afirmando que los Legos son
verdaderamente “in”.
En
este momento yo pudiera haber afirmado con alivio que en la tienda de
juguetes la estantería de Legos no desaparecería a corto plazo,
pero me había surgido una pregunta más profunda que añoraba una
respuesta.
Me
acordé durante la conversación que cuando yo tenía cinco años,
tuve un buen puñado de juguetes, no demasiados, pero me llegaba para
jugar distintos juegos. Mi madre dijo que sin embargo en su infancia
había un par de juguetes por cada niño y que ellos usaron todo tipo
de cosas de su entorno para jugar.
Ésto
me animó también a mí a jugar de esta manera. De modo que cuando
había que jugar a la granja, las piñas de los pinos se convirtieron
en un gran rebaño de vacas. La tapa de un viejo barril era el timón
de un gran barco. El barco era por su puesto el granero, dónde se
guarda la leña. Con éste barco navegué todos los mares desde el
trópico hasta el ártico. Del viejo radiocasete que encontré en la
azotea, hice el cuadro de mandos de mi avión. Se podía pulsar
botones y girar ruedas para que el avión no se estrelle. No tenía
ni ordenador ni videojuegos, en la tele se podía ver programación
infantil solo una hora al día, así que si necesitabas
entretenimiento, te lo tenías ingeniar tú mismo.
Tenía
muchas ganas de saber si mis interlocutores de cinco años también
usaban su imaginación al igual que hacía yo a su edad. Así que les
planté la siguiente pregunta: que si ellos también usan los
juguetes imaginarios.
En
todas las caras apareció un gesto de confusión. Algún amiguete
tuvo que meter el dedo hasta el codo en la nariz para intentar sacar
de ahí un hilo de pensamiento y luego meterlo en la boca. Pero a
parte de masticarlo, no dio ningún otro resultado. Pensé que igual
no han pillado muy bien lo que les quise preguntar, así que cogí
una pequeña silla y les dije,
–Veis,
esta silla puede ser un juguete de fantasía.
El
niño con el osito hizo una pedorreta y me miró con cara compasiva,
como si fuera un vejete senil y dijo:
–Hombre,
ésta es una silla normal y corriente y no un juguete. Yo no quise
tirar la toalla y afirmé que ésta no era ninguna silla, sino el
asiento de un coche de carreras. Ahora ya me miraron todos los niños
con caras de compasión. Me senté en la silla y pedí que el piloto
más atrevido se siente en mi regazo.
Le
ordené abrochar el cinturón invisible. O mejor dicho, le ayudé
abrocharlo, ya que al principio no lo pilló muy bien cómo hacerlo.
Le pusimos al fitipaldi de carreras el casco y encendimos el motor.
El coche empezó a temblar un poquito. Los cientos de caballos bajo
el capó quisieron impacientemente salir a galopar. Delante de
nosotros apareció el semáforo donde empezó la cuenta atrás y
cuando el semáforo se puso verde, apretamos el acelerador hasta el
fondo. Empezó una carrera de locos con frenazos bruscos,
aceleraciones y curvas terribles, el piloto casi se cae del coche,
por suerte el cinturón invisible le sujetaba bien. En la meta nos
esperaba el público alborotado y cada uno de ellos quería ser el
siguiente en andar con el coche. Ahora ya vieron, a parte de mí,
también los demás niños el casco, el cinturón, el volante y la
carretera con curvas y saltos.
Después
el coche se convirtió en aeronave. Más tarde trajimos más sillas y
de la composición salió un tren que llevaba pasajeros de Tallín a
Tartu. En este tren ofrecían helado de fresa y tenía el techo
descapotable para disfrutar de las buenas vistas y la brisa
veraniega. Los niños estuvieron jugando con las simples sillas
durante horas, perdiendo la noción del tiempo, como si habrían
estado sin jugar durante siglos.
Es
una paradoja que cuando tenemos algo en abundancia, no lo podemos
asumir. Por ejemplo en una gran ciudad por cada 100 habitantes hay
más personas solas y añorando el amor que en un pueblo, aunque por
metro cuadrado hay muchas más probabilidades de encontrar personas y
posibles opciones en una ciudad que en un pueblo. Lo mismo pasa con
los niños, la fantasía de nuestros niños se ha quedado atrapado
bajo un montonazo de videojuegos, dibujitos y juguetes. Debajo de
todo esta montaña se está estirando la pata la pobre fantasía,
intentando avisar con su mano temblorosa que quitemos por favor
algunas cosas para que no se asfixie.
Hace
poco leí un artículo donde se anunciaba que en los países
occidentales los niños tienen una media de 150 diferentes juguetes.
Cada año reciben unos 50 juguetes más. Esto es demasiado para un
niño pequeño. Yo lo sufrí en mi piel.
Cuando
nuestra hija mayor fue a la guardería, pudimos organizar la primera
vez una fiesta de cumpleaños en el parque infantil. A una fiesta así
se puede invitar a todos los compañeros de clase, mas la familia y
amigos también. Así hicimos. Como fue la primera vez y eramos papás
verdes todavía, no mencionamos en la invitación sobre el deseo del
regalo, por esto nos llegó una montaña de regalos. Fuimos a casa
con el coche a tope de regalos y la niña tenía la sonrisa de oreja
a oreja. En casa la cumpleañera se puso a desenvolver los regalos.
En este momento su hermana tenía un año. A esta personita le
gustaban más los envoltorios que el relleno que su hermana iba
sacando. Por mi tristeza, la mayoría de los juguetes recibieron el
tiempo de juego justo lo mismo que costó sacarlos de sus
envoltorios, el dinero y la energía que había costado comprar todos
estos regalos acabó en un agujero negro. En el mismo año ,en
Navidades, se repitió el escenario, la niña sudando bajo una
montaña de juguetes. Esta vez eramos más listos y no le dimos todos
los juguetes a la vez, así la alegría de abrir juguetes nuevos duró
más días. Rápidamente se llenaron las cajas de juguetes y las
estanterías. La hija mediana creció y también ella empezó a
recibir regalos a punta pala.
Nosotros
hemos comprado solo unos poquitos juguetes. A simple vista parecía
que se trataba de una infancia de los sueños y aquí hay juego para
dar y tomar. Sin embargo, los juegos empezaron a consistir en que las
cajas de los juguetes se arrastraron en el medio de la habitación
para vaciarlos después. Luego escarbaban un poco en el montón, pero
no surgió ningún escenario ni empezó un juego de verdad. La
culminación de estos juegos era normalmente la discusión acalorada
con mis hijas sobre quién debe meter todos estos trastos en las
cajas otra vez. Para su defensa las dos contestaron que ellas no han
jugado con estos juguetes. De alguna manera las dos tenían razón, a
esto no se podía llamar jugar. Al final me tocaba a mí siempre
recoger todo ese desastre.
Un
día me cansé de ordenar todo ese lío. Recogí la mayoría de las
cosas y las llevé al trastero. Allí las sorteaba en dos montañas,
una parte iba directamente a la basura y otra parte a reciclar.
Intenté primero que las niñas decidieran con que juguetes se
querían quedar. Hasta los juguetes que tenían una gruesa capa de
polvo y no habían tenido ni un minuto de tiempo de juego, se
convirtieron en cosas con gran valor sentimental para ellas y no se
podían hacer desaparecer. Por lo tanto, hice la operación detrás
de sus espaldas.
Por
mi sorpresa, ninguna de ellas se dio cuenta que los trastos habían
desaparecido. Sólo se quedaron cuatro grupos principales; la casa de
las muñecas, la cocinita, la caja de los legos y los animales de
peluche. En la siguientes semanas las niñas empezaron a pasar más
tiempo en su habitación. Los juegos se convirtieron de nuevo en
juegos de verdad.
Fui
con gusto a comer en su cafetería. Mi combo preferido era la sopa de
pelos con el smootie de tortitas. O ayudaba a la familia de ositos a
mudarse a su nueva casa de muñecas. Se organizó el teátro de los
peluches, donde a primeras nos echaron a mi esposa y a mí, porque no
tuvimos las entradas. Por suerte luego nos vendieron las entradas
directamente en la primera fila. Mis hijas habían recuperado el
juego. Demasiadas cosas les cansaba por lo visto. Su fantasía se
liberó bajo toda esta montaña de cosas y se puso de nuevo en
marcha.
La
cosa se empeora con los juegos de ordenador y de los smartphones. Aún
en la abundancia de los juguetes, el niño si encuentra un juguete
interesante, él mismo tiene que pensar en el escenario y el entorno.
La imaginación, pensando en su futuro y su desarrollo, es de los más
necesario. El niño aprende a analizar la conexión entre el hecho y
su resultado. Por ejemplo, si en el invierno salgo sin la bufanda, me
pongo malo y luego no puedo ir al cine con los amigos. Puedo
imaginarme el escenario con diferentes variables. Los juegos de
ordenador hacen normalmente todo este trabajo, lo que el cerebro
debería de imaginar jugando con los juguetes. En el futuro este niño
podrá tener problemas al tomar las decisiones. Seguro que hay juegos
de ordenadores que desarrollan el cerebro y les hacen aprender algo o
pensar, lo importante es la dosis que consumes.
He
visto muchas veces en el tren como las mamás mantienen la pantalla
del móvil delante de los ojos de su bebé con el chupete, ella con
la mano temblorosa de tanto esfuerzo. El jaleo de “Masha y el oso”
se puede oír por todo el vagón. Por lo visto esta actividad es
necesario para distraer al niño para que no empiece a chillar. Sin
embargo, pronto llega de regalo en forma de la dependencia crónica a
las pantallas. Hemos presenciado por nosotros mismos los gritos
histéricos de nuestras hijas. Y hemos visto como desaparece al
enchufar el dispositivo y como vuelve a aparecer al desenchufar el
aparato. Funciona al igual que un ciclo de cualquier sustancia
altamente adictiva. Nosotros mismos cometimos hace tiempo ese error
de dejar a nuestra hija mayor en los días más ocupadas ver
dibujitos de Youtube uno tras otro. Esto terminó de modo que cuando
el tiempo de ver los dibujitos había terminado, se cogió un buen
berrinche por nuestro comportamiento anormal. -¿¡Cómo vosotros,
papás, os atrevéis a quitarme el Youtube?!
Hoy
en día controlamos el uso de las pantallas bastante exhaustivamente.
Esto funciona bastante bien, ni si quiera nos piden ver dibujitos
todos los días, y menos aún se habla de ver el móvil. Ya en el
futuro veremos cuando las niñas sean mayores, veremos que
estrategias inventar.
Nosotros
como padres pensamos que es maravilloso rodear los niños de
atracciones y juguetes. Sobre todo cuando de pequeños no pudimos
tener todo este nivel. Pero es demasiado para los niños. Con todas
estas cosas y actividades estamos criando una generación de niños
sin jugar. Enterramos su fantasía y sus ganas de jugar bajo una
montaña cosas, quitándoles su derecho primario, que es el jugar.
Como
padres hacemos lo que sea para que el niño no diga –me aburro.
Pero de hecho, es una frase muy útil. Esta frase marca el límite
dónde se vuelve a despertar su creatividad.
Deja
que el niño de vez en cuando se aburra. Prueba despejar la
habitación de los juguetes dejando sólo los más importantes. Ya
verás que pronto se saca de nuevo la olvidada cajita de lápices de
colores o se vuelve a construir una torre más alta del mundo con los
legos. A la vez, podríais pasar una cuaresma de pantallas por una
semana, tanto tú como el niño. Puedes darte cuenta que de pronto
tienes más tiempo para leer libros, lo que estuviste esperando ya
años. O te encuentras tumbada boca abajo en la alfombra con tu hijo
pintando los vestidos rosas de las princesas o montando una torre de
legos. De todos modos crearás así más recuerdos que esa pantalla
azul puede crear.
En
los cumpleaños pide que el regalo lo traigan en un sobre. Con ese
dinero podríais pasar un finde con la familia en un Spa o ir a un
parque temático. Seguro que esta experiencia da al niño más
felicidad que un regalo que tras pasar la alegría de descubrimiento
se deja tirado en una caja. Y si habría un juguete que el niño lo
añora mucho, deja que se esfuerce para conseguirlo. Haz que lo
dibuje, que cuente las mil maneras que va a jugar con este juguete
cuando lo tenga, que ahorre dinero haciendo pequeñas tareas. Al
terminar, ha aprendido una valiosa lección: el esfuerzo lleva al
éxito. Lo más seguro que el niño apreciará este juguete y lo
tratará con más cariño y respeto de este modo, al contrario que
las cosas que le compras sin más.
Éstos
son mis pensamientos y descubrimientos personales que devuelven al
niño sus ganas de jugar. Seguro que tú también tienes tus propias
experiencias e ideas. No seas egoista y comparte tus experiencias con
los demás. Así juntos motivando unos a otros y comentando quizás
no tendremos que hablar más de la generación de niños sin jugar.
Espero
que os haya gustado el artículo de papá
Piltsberg y os haya hecho pensar como a mí. No olvides de
compartirlo con tus amigos que les pueda venir bien leer esto.
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